Entre los usuarios que atendemos en Servicios Sociales,
acuden muchas personas en situación de desempleo, con empleos precarios,
trabajando en la economía sumergida, con contratos ilegales y abusivos, y
también personas que trabajan y compaginan varios empleos, pero no logran
superar su situación de pobreza. Estamos observando el surgimiento de nuevos
perfiles de usuario y de nuevas formas de pobreza y exclusión. Las madres de
familia latinoamericanas que recibimos a diario suelen tener empleos precarios
y mal remunerados, en el servicio doméstico, con condiciones ilegales o
abusivas.
Estamos ante un nuevo perfil de pobreza, trabajadores
precarios, trabajadores pobres, empleados en situación de explotación laboral,
personas que a pesar de trabajar no logran superar los 684 euros del umbral de
la pobreza (AROPE 2017).
Tradicionalmente, cuando se hablaba de situaciones de riesgo
o de exclusión social, solíamos hallarnos ante personas sin hogar, migrantes
recién llegados al país sin empleo ni recursos o familias con problemática
múltiple (en las que concurren problemas de adicciones, discapacidad, trastorno
mental, delincuencia, internamiento en prision, residencia en asentamientos
chabolistas o infravivienda, u otros).
Hoy en día han surgido nuevas formas de pobreza y de
exclusión social. Trabajadores mayores de 45 años que han sido expulsados del
mercado laboral y padecen un desempleo de años, sin ser llamados para
entrevista alguna. Jóvenes que no logran acceder a su primer empleo o
únicamente obtienen empleos precarios y mal remunerados. Trabajadores precarios
de cualquier edad, que encadenan contratos de días e incluso de horas.
Trabajadores pobres, personas que pese a tener un empleo, no logran salir de la
situación de pobreza. Mujeres con cargas familiares no compartidas, sobre todo
mujeres migrantes de países pobres, que suelen padecer malas condiciones de
trabajo, bajos salarios, precariedad, explotación y abusos laborales.
El sociólogo José Félix Tezanos, en varias de sus obras,
advierte que nos encontramos ante una grave segmentación y polarización del
mercado laboral. Por un lado, los puestos estables y bien remunerados para un
sector de la sociedad, y por otro lado, los puestos precarios, mal remunerados,
que condenan a la pobreza a miles de personas. Estas personas pasan a
constituir infraclases, que cada vez son más diversas y numerosas, y en las que
cada vez caen más ciudadanos.
También nos hallamos ante miles de personas directamente
expulsadas del mercado laboral, especialmente el colectivo de trabajadores
mayores de 45 años. Las prácticas actuales de contratación de personal incluyen
un sesgo por edad, no se cita para una entrevista a los mayores de 45 años. En
muchas empresas un robot o algoritmo realiza una primera selección de
currículos, por lo que el CV de la persona mayor de 45 años no llega a ser
leído por ningún profesional de Recursos Humanos. Muchos demandantes de empleo
refieren que su oferta ha sido descartada en cuestión de segundos tras haber
sido remitida a la plataforma informática de candidatos, ya que no ha pasado la
primera criba por edad, y es descartada de forma automática. Los profesionales
mayores de 45 años son plenamente capaces de desarrollar una actividad laboral,
y tienen en muchos casos formación y experiencia, y les quedan 20 años de
trayectoria profesional por delante antes de alcanzar la edad de jubilación,
pero las empresas los rechazan sin darles siquiera la oportunidad de defender
su candidatura en una entrevista. Simplemente, se da por hecho que son mayores
y obsoletos, que no van a tener energía, dinamismo o conocimientos de nuevas
tecnologías, o que van a demandar salarios más elevados. Según el Informe Estatal
del Mercado de Trabajo de los Mayores de 45 años (SEPE), emitido en 2017 con
datos referidos a 2016, el 48,44% de los desempleados en España son mayores 45
años, y esta cifra va subiendo año a año. A estos datos habría que sumar la
gente que no se apunta al paro porque se desanima tras largos años de búsqueda
infructuosa de empleo.
En lo que se refiere a los jóvenes, muchas veces no logran
acceder a un empleo de calidad, permaneciendo durante años en puestos precarios
y mal remunerados. El Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud
denuncia que el 92,4% de las contrataciones de menores de 30 años son
temporales y que sólo el 20% de los menores de 29 está emancipado. Para
alquilar una vivienda tendrían que emplear el 85% de su sueldo. Casi la mitad
de los jóvenes tiene un empleo de cualificación inferior a la que posee, y
cuatro de cada diez está en riesgo de pobreza. Esta situación impide a los
jóvenes desarrollar su propio proyecto de vida y formar su propia familia.
Las mujeres solas con varios hijos a cargo ven acumularse
los factores de riesgo de pobreza, sumando a todo lo anterior (precariedad,
bajos salarios, explotación), los factores específicos que les afectan a ellas,
especialmente a las migrantes de países en vías de desarrollo. Las mujeres
sufren más dificultades para el acceso a un empleo de calidad que los
trabajadores de sexo masculino. Las trabajadoras desempleadas que llevan dos o
más años en las listas del SEPE superan en 200.000 a los hombres. Cuando estas
trabajadoras encuentran trabajo, un tercio se ve en la necesidad de aceptar un
empleo a tiempo parcial. Suelen encontrar empleo en el sector de los cuidados,
sobre todo en la economía informal, lo cual aumenta la precariedad y
vulnerabilidad de estas trabajadoras.
Muchos trabajadores ven transcurrir su carrera profesional entre empleos precarios y temporadas de desempleo. Con el transcurso de los años y la obtención de experiencia, esta situación laboral no mejora. El sindicato Comisiones Obreras ha denunciado que la tasa de precariedad española casi duplica la tasa europea. El empleo que se crea sigue siendo de mala calidad.
Muchos trabajadores ven transcurrir su carrera profesional entre empleos precarios y temporadas de desempleo. Con el transcurso de los años y la obtención de experiencia, esta situación laboral no mejora. El sindicato Comisiones Obreras ha denunciado que la tasa de precariedad española casi duplica la tasa europea. El empleo que se crea sigue siendo de mala calidad.
Además del drama humano, estos datos inciden también en las
arcas públicas (más gasto público por prestaciones de desempleo, menos ingresos
por cotizaciones e IRPF y más dificultades para la sostenibilidad de las
pensiones al reducirse el número de cotizantes y las cuantías de las
cotizaciones).
Esto no es un problema coyuntural con previsión de
resolverse a medio plazo con la recuperación económica. Las nuevas estructuras
económicas y sociales han dado lugar a una situación que ya no es coyuntural
sino estructural. La precariedad y los bajos salarios han llegado para
quedarse, ya que forman parte del nuevo paradigma económico (maximizar los beneficios
y la competitividad de las empresas, y reducir los gastos de personal
aumentando la flexibilidad en el empleo y abaratando el despido). Esto,
traducido a la vida diaria de los trabajadores, supone precariedad, bajos
salarios y masas crecientes de trabajadores pobres.
El neoliberalismo y la globalización están reduciendo la
autonomía de los Estados para establecer sus propias políticas, cediendo todo
el poder a los grandes entramados económico-financieros. Ante la falta de
libertad de los Gobiernos, y las coacciones (más o menos veladas), finalmente
terminan por ceder a la presión, ante el temor de sufrir un castigo
internacional (expulsión de entidades o agrupaciones supranacionales, supresión
de ayudas, etc). Los mercados financieros internacionales gobiernan las
políticas y las economías nacionales.
Nos encontramos ante economías del primer mundo, cuyas
cifras de crecimiento son positivas y que sin embargo, cada vez tienen cifras
más elevadas de desigualdad y pobreza. Las causas de este problema no son
coyunturales sino estructurales. Es el propio sistema productivo, empresarial,
económico, financiero, laboral y social el que genera estas situaciones de
pobreza y exclusión.
Es necesario recuperar políticas que permitan combinar el
crecimiento con la protección social. De lo contrario, nos encontraremos ante
una sociedad con grandes masas empobrecidas y graves conflictos sociales. Las
consecuencias pueden afectar a diversos ámbitos de nuestro entramado económico
y social: menos cotizaciones a la Seguridad Social, dificultades para el sostén
de las pensiones actuales y futuras, menos ingresos públicos en concepto de
IRPF, disminución de la demanda y del consumo de bienes y servicios, potencial
cierre de empresas por la disminución de la demanda, empobrecimiento general de
la sociedad. Se trata de un problema social que puede lastrar el desarrollo de
nuestras sociedades durante décadas.
Fuente:Medium. Carmen Alemany Panadero. Los nuevos excluidos
Tal cual!!! La solución pasa por generar trabajo para los que no lo tienen. Ofrecer trabajos a media jornada es repartir miseria.
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